A través de la sexología feminista se cuestiona el modelo de sexualidad imperante, que sigue generando desigualdades y operando como mecanismo de control sobre muchos cuerpos e identidades no normativas. Es mediante la sexología feminista que podemos hacer conscientes estas opresiones y trabajar a través del empoderamiento, ampliando el imaginario de fantasías, deseos y vinculaciones que nos pueden acercar a una sexualidad y en definitiva, a una salud emocional y física más plena.
Aunque la sexualidad se ha vinculado siempre con el sexo (como práctica coital) y con los procesos hormonales y reproductores, es una dimensión muy amplia de nuestras vidas, que nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos y que está directamente relacionada con nuestros procesos de aprendizaje, el entorno en el que vivimos y nuestras propias emociones.
Una educación sexual basada únicamente en los métodos anticonceptivos o barrera, que reduce la práctica a la penetración vaginal y que promueve que los hombres tienen más deseo que las mujeres, sigue manteniendo unas relaciones de poder muy desiguales, dejando a las mujeres y a las personas que están fuera de la norma en una situación de sumisión y vulnerabilidad. Además, sostiene un aprendizaje basado en el miedo y la ambigüedad, en la búsqueda de estándares irreales y la dicotomía entre lo que está “bien”, lo que está “mal”, lo que es “mucho” o es “poco”.
Mediante la identificación de este modelo de aprendizaje, el objetivo es revertir los mensajes estigmatizadores y culpabilizadores y contrastarlos con una educación sexual feminista donde el placer esté en el centro. De este modo, es fundamental trabajar sobre la ética relacional, el autocuidado, los derechos sexuales, los límites, los deseos, las fantasías, la comunicación y el respeto, con la finalidad de dar paso a espacios de autoconocimiento y empoderamiento.
Durante los primeros meses de acompañamiento sexológico, el objetivo es recoger la mayor cantidad de información posible acerca de cuáles han sido los agentes educadores y figuras de referencia, cómo se han internalizado los roles de género, qué emociones suscita la propia sexualidad y cuál es la relación con el propio cuerpo.
En concordancia, se podrán generar las primeras hipótesis acerca de cuáles son las resistencias y desconexiones existentes y formular así, un trabajo terapéutico basado en la educación sexual feminista, el establecimiento de límites, la búsqueda de placer más allá de los genitales, la comunicación y conexión tanto con el propio cuerpo como con los vínculos.
En definitiva, el objetivo es plantear una estrategia terapéutica adaptada a cada experiencia, identidad y demanda, acompañando cada proceso al ritmo necesario y haciendo frente a los obstáculos y resistencias que se vayan presentado.